El patrimonio minero de Siero se consume entre las ruinas | El Comercio

2023-02-22 16:39:18 By : Mr. Tengyue Tao

Existen documentos históricos que demuestran que ya en 1593 existió una mina de carbón en Arancés, en la parroquia de Santa María del Mar, Castrillón, y que se considera a ésta la explotación carbonífera pionera en Asturias. Pero hay que trasladarse a siglo y medio después, al año 1737, para mencionar un importante incendio que se produjo en los montes de Carbayín y que dio lugar al descubrimiento casual del entonces llamado carbón piedra y al inicio de su extracción rudimentaria en el concejo de Siero.

Aún así, no fue hasta el año 1828 cuando comenzó el verdadero desarrollo de la minería asturiana, gracias a la Real Orden que trataba de promover la explotación del carbón en Asturias, invitando a compañías extranjeras a invertir en la región. En 1833 se funda la Real Compañía Asturiana de Minas, a la que seguirán bastantes más; y en 1853 se inaugura el ferrocarril Langreo-Gijón, que llevaría el carbón de los concejos mineros hasta el puerto más cercano.

En Siero, serán Carbayín, Mosquitera y Lieres los protagonistas de la historia minera y en la actualidad, buena parte del concejo presenta un paisaje característico, modelado por la actividad extractiva y con elementos tan destacados como los castilletes, las escombreras, las barriadas o cuarteles obreros y también la distribución poblacional.

Este pasado marcado por la minería ha dejado tras de sí los vestigios de una época de gran prosperidad económica para la región, pero también de una ardua labor y, sobre todo en los primeros años, de duras condiciones de trabajo. El inicio del recorrido por lo que son hoy los restos de una industria ya extinta en Siero comienza en Carbayín Bajo, en el Pozo Pumarabule, o Pozu la Muerte, que entró en funcionamiento en 1917.

Pumarabule disponía de dos pozos, Marta 1 y 2, con sendos castilletes, a misma cota, pero de distintas alturas. El primero que se perforó, Marta 1, alcanza los 242 metros de profundidad y Marta 2, que llegó a alcanzar los 578 metros, contaba ya con diversos avances técnicos respecto al primero. De todos los elementos que componían la explotación minera, quedan actualmente en Pumarabule, tras su cierre en el año 2005, las inmensas ruinas de lo que fue un pozo al que acudían cada día al tajo, en su mejor época, unos dos mil mineros que extraían otras tantas toneladas de carbón durante cada jornada. Tanto las salas de máquinas como la Casa de Aseos o las naves que acogían los servicios auxiliares, así como el edificio de oficinas, conforman a día de hoy un paisaje de cristales rotos, puertas abiertas y forzadas, paredes pintadas con grafitis y maquinaria oxidada y corroída por el agua y el paso del tiempo entre abundante vegetación.

El castillete y la chimenea del primer pozo, ambos de 1917, estuvieron protegidos hasta 2011, cuando perdieron esa protección para facilitar el desarrollo de un polígono industrial que nunca llegó a construirse y, como expresa Marta García, que reside «aquí en la barriada de toda la vida, desde que se cerró el pozu hablaron mucho de mejorar esto para que el pueblo volviera a tener actividad, pero nunca se hizo nada y aquella forma de vivir no va a volver nunca. No hay más que ver que ya no quedan casi minas en ninguna cuenca», lamenta.

Desde las ruinas de Pumarabule, el recorrido por el pasado minero de Siero se traslada hasta el Pozo Mosquitera, en la cabecera del valle del río Candín, donde se aprecia el mismo estado de abandono en el que han caído tantas explotaciones mineras asturianas, aunque sí se conserva la peculiar torre de extracción que sustituyó al antiguo castillete en los años setenta, dentro de los planes de modernización de las instalaciones llevadas a cabo por Hunosa. También se conservan dos grandes naves de los años cuarenta, así como varios edificios administrativos, y aún son visibles las estructuras de los antiguos cargaderos y lavaderos de carbón junto a las vías del ferrocarril Gijón-Laviana.

Mosquitera fue construido en 1927 y bajo la dirección de Luis Adaro tuvo el primer lavadero mecánico de toda Asturias. Fue profundizado después de la guerra civil y, tras décadas de actividad, cerró en 1989, cuando se declaró un incendio en su séptima planta debido a la quema de la cinta transportadora de carbón. Las temperaturas llegaron a alcanzar los dos mil grados cuando el fuego encontró en una veta de hulla su mejor aliado para extenderse.

Murieron en el accidente cuatro mineros, las llamas dejaron atrás numerosos heridos y se procedió entonces a la clausura del pozo mientras el incendio continuó bajo tierra durante dos años más. Sus más de mil doscientos trabajadores fueron trasladados a otras explotaciones y, para no parar la actividad, se utilizó Pumarabule para acceder al yacimiento de Mosquitera y seguir extrayendo carbón hasta su cierre definitivo, en el año 2005.

La mina de los belgas

Desde la orilla del Candín, pasando La Comba, El Plano, La Cruz y El Acebal, se llega al conjunto minero de Solvay, en Lieres, comprado en 1903 por la empresa belga Solvay y Cía. Esta explotación estaba compuesta por un pozo principal y otro auxiliar, lavadero, zona de trabajo de madera y salida del producto por la estación de Reanes, y a la entrada a la mina todavía se puede ver hoy día un monumento dedicado a Ernesto Solvay.

Aunque también deterioradas, las instalaciones aún en pie de este pozo presentan un mejor estado de conservación exterior que las de Pumarabule y Mosquitera que, sin embargo, empeora notablemente en el interior de los edificios, que además del deterioro del paso del tiempo sufrieron el de los saqueos de los que fueron víctimas. Herminio Llamedo, que trabajó en esta mina durante veintiséis años, considera «una pena el cierre, porque aún quedaba carbón para seguir extrayendo, pero las condiciones de la Unión Europea no dieron opción a más, aunque lo peleamos», explica, «y lo peor vino después, porque no hubo más opciones de trabajo».

Llamedo cuenta que el castillete principal «tiene las guiaderas y las vigas de madera por deseo de los belgas» y recuerda a modo de anécdota que «la jaula tenía unas ruedas de vespa y cuando comentábamos a los compañeros de otros pozos que a veces pinchaba, no nos creían, pensaban que nos guaseábamos de ellos», porque estos elementos también son habitualmente metálicos.

En Solvay, renombrado después como Pozo Siero y cerrado en 2001, también quedan los restos del antiguo polvorín, la chimenea, una bocamina, el antiguo taller eléctrico y los castilletes de los dos pozos, que estaban conectados entre sí en sus diez niveles, alcanzando los 780 metros, lo que los convierte en los más profundos de Asturias. Por el contraio, la sala de máquinas, el taller mecánico, la cuadra de las mulas, la sala de carga de baterías, el lavadero y otros edificios auxiliares fueron derribados con el objetivo de instalar también en esta zona un polígono industrial que, como en el caso de Pumarabule, nunca llegó a desarrollarse a pesar de que los trabajos de urbanización están finalizados.

En cuanto a la distribución poblacional de la época, es indispensable hacer referencia al poblado minero de Campiello, en el que se distinguen dos barrios bien distintos: uno compuesto por chalés, viviendas dobles y adosadas destinadas a los ingenieros y jefes y otro correspondiente a los llamados cuarteles, construidos a dos niveles sobre el terreno, e inaugurados en 1907 como residencia de los mineros y sus familias.

Su estado de conservación es prácticamente impecable, de un color granate que forma junto al verde del paisaje una composición cromática única, a la que se unen en disposición geométrica las casetas que originalmente albergaban los retretes de cada vivienda, ya que el interior de las viviendas carecía de aseos; así como jardines, parque infantil, los cuidados espacios comunes y la imponente capilla de la Virgen de La Salud, reconstruida por Solvay y Cía. e inaugurada en el año 1942.